Dejémoslo claro: la energía nuclear no es verde. Y no puede serlo. No es un buen objetivo final, ni una solución de transición.
Hay una serie de razones por las que creemos que los progresistas de toda Europa y del mundo deben organizarse hoy en día contra la energía nuclear como la falsa salvación que pretende ser.
En primer lugar: los riesgos son enormes. En cualquier momento, sobre todo con los crecientes niveles de incertidumbre climática (por no hablar de errores humanos) los daños en las centrales nucleares pueden dar lugar a catástrofes como las de Fukushima o Chernóbil. Los reactores nucleares están diseñados, en el mejor de los casos, para soportar un solo terremoto de una magnitud máxima de 7,0 en la escala de Richter. Pero si sufren varios menores -o a daños en las infraestructuras circundantes- la central quedará destruida. Debido al cambio climático provocado por el ser humano, sólo podemos esperar un aumento del nivel del mar, huracanes y otros desastres climáticos. No podemos suponer que la Tierra permanecerá en calma en estos tiempos inciertos.
En segundo lugar: las barras de combustible consumidas de las centrales nucleares son residuos radiactivos. Y a menudo se almacenan en el mismo lugar que el reactor. Estos residuos radiactivos deben mantenerse durante al menos 200.000 años (¡!) y cuantos más residuos nucleares haya, más posibilidades hay de que se produzcan fugas. Esto puede dañar al ser humano, a los animales y al propio planeta.
¿Podemos realmente confiar en nuestros gobiernos en esta cuestión? ¿Qué posibilidades hay de que el ya mencionado caso de Fukushima, donde las autoridades decidieron verter más de un millón de toneladas de aguas residuales radiactivas en el Océano Pacífico, no se repita en todo el mundo? ¿Y cómo pueden las generaciones futuras -digamos dentro de 1.000 o 10.000 años- ser conscientes de los peligrosos materiales que hemos enterrado en las profundidades del planeta Tierra? La existencia de residuos radiactivos constituye un claro ejemplo del traslado de las consecuencias de la catástrofe nuclear a las generaciones futuras para que los gobiernos y empresas no asuman sus responsabilidades.
En tercer lugar: la nueva energía nuclear cuesta unas 4 veces más que la eólica y la solar por kWh y no es renovable en absoluto. De hecho, produce 13 veces más emisiones por unidad de electricidad generada que los aerogeneradores. Además, sencillamente no tenemos tiempo para hacer una transición justa a la electricidad libre de carbono si vamos a realizarla a través de la energía nuclear.
Una central nuclear tarda entre 10 y 19 años en construirse. Y la mayoría, si no todas, sufren retrasos e incurren en sobrecostes. Si duplicáramos la cantidad de energía procedente de las centrales nucleares el coste directo de la construcción sería del orden de – 4’410’000’000’000 de dólares – o 4,41 × 1012 para abreviar. Todo esto -que probablemente serían fondos públicos- se canalizará a una selecta lista de empresas mundiales para que la cuota de producción mundial de energía nuclear pase del 10% al 20%.
Hay que tener en cuenta que, en última instancia, el combustible para la energía nuclear requiere de la minería. Y que la extracción de uranio es peligrosa. Además, a diferencia de las fuentes de energía renovables (por ejemplo, la plata para los aerogeneradores) necesita una extracción continua. Asimismo, la extracción de uranio conlleva toda una serie de enfermedades relacionadas con la minería, por no mencionar que representa una forma de neocolonialismo (al extraer minerales valiosos y destruir el planeta y las comunidades locales).
Debemos tener en cuenta que los programas de energía nuclear «civil» suministran el plutonio y el tritio necesarios para las armas nucleares y que históricamente se han utilizado para promover objetivos militares. De hecho, la industria nuclear «civil» es célebre por ser la columna vertebral de la «seguridad nacional» en Estados Unidos al proporcionar un flujo constante de «talento» y maravillas de ingeniería para mantener la hegemonía estadounidense en nuestro planeta. En el Reino Unido, investigadores de la Universidad de Sussex revelaron «relaciones ocultas de dependencia entre la industria de los submarinos y los programas nucleares civiles» y destacaron cómo los ciudadanos están subvencionando «la infraestructura nuclear militar».
Cualquier intento de erradicación de las armas nucleares implicará poner un punto final a la extracción de su combustible. Por tanto, la expansión de las centrales nucleares es contraria a esta visión. No podemos pedir simultáneamente el fin de las armas nucleares y apoyar la ampliación del uso de la energía nuclear en este hogar planetario que compartimos.
Por último, pero no por ello menos importante, la energía nuclear no puede crearse como parte del patrimonio común, debido a la gran necesidad de conocimientos técnicos, seguridad y complicadas normas para obtener licencias. Esto hace que el dinero vaya a parar a manos de oligarcas en los que no se puede confiar.
Dinero, sumado a toda la vigilancia que se necesitaría para mantener esto bajo control y en manos de los pocos que tengan la capacidad de construir centrales nucleares. Una oligarquía basada en la vigilancia total, ¿qué podría salir mal?